-Siddharta Gautama -dijo afablemente la hormiga gorda.
-¿Cómo? ¿Qué? -pregunté totalmente desbordada.
-Ése es mi nombre.
Aquella sentencia desvió mi atención de mi cuerpo tembloroso. Siddharta, ¿no era una película de Keanu Reeves? Alex me había llevado a verla. Era aficionado a las películas de arte y ensayo que, al cabo de veinte minutos, consiguen que de puro aburrimiento vayas al lavabo y prefieras quedarte allí leyendo lo que hay escrito en puertas y paredes. La película de Siddharta iba de...
-Buda -dijo la hormiga gorda-, seguro que me conoces por el nombre de Buda.
No tenía mucha idea de quién era Buda, quizás debería haber prestado más atención a la película en vez de estar pensando que, con el torso desnudo, Keanu Reeves está para comérselo. Pero sí sabía algo con bastante certeza:
-Buda no es una hormiga.
-Adopto la forma de la criatura en la que se ha reencarnado el alma de la persona. Tú te has reencarnado en hormiga. Por lo tanto, me aparezco como hormiga.
-¿Reencarnado? -balbuceé.
-Reencarnado -ratificó Buda.
-Vale, vale, vale -dije a punto de perder la chaveta-. Supongamos que me lo creo, cosa que evidentemente no hago, porque todo esto es tan absurdo que es imposible creérselo y por eso no me lo creo, aunque...
-¿A dónde quieres ir a parar? -me interrumpió Buda.
Intenté reconducir mi torrente de palabras.
-Si... si tú eres Buda y yo me he reencarnado..., ¿por qué en hormiga?
-Porque te lo has ganado.
-¿Qué quieres decir? ¿Que era una mala persona? -pregunté indignada. Nunca he podido soportar que me ofendan.
Buda se limitó a mirarme sonriendo, sin decir nada.
-Los dictadores son malas personas -protesté-. Los políticos y, por mí, también los que planifican las programaciones en televisión, pero yo, ¡no!
-Los dictadores se reencarnan en otra cosa -replicó Buda.
-¿En qué?
-En bacterias intestinales.
Mientras imaginaba a Hitler y a Stalin correteando por un recto, Buda me miraba profundamente en mi tercer ojo.
-Pero las personas que se portaban mal con los demás vuelven a nacer como insectos.
-¿Mal?
-Mal -ratificó Buda.
-¿Yo me he portado mal con los demás?
-Exacto.
-Vale, vale, puede que no siempre haya sido perfecta. ¿Pero quién demonios lo es? -pregunté mosqueada.
-Más gente de la que piensas -dijo, y añadió-: Sácale el mejor partido posible a tu nueva vida.
Dió media vuelta y se fue, silbando contento, hacia la salida del túnel.
No me lo podía creer: ¿Mal? ¿Yo me había portado mal con los demás?
-Espera -grité, y salí corriendo tras él-. ¡Aún no hemos terminado!
No se giró, se limitó a seguir andando.
-Yo me he portado bien con los demás, incluso muy bien, realmente súper bien -grité-. He hecho un montón de donacio...
Corrí más deprisa por el túnel, hasta que mis patas traseras se enredaron con las patas del medio y tropecé. Choqué contra la pared. Se desmoronó un montón de tierra y me cayó encima. Y cuando conseguí liberar mis antenas de los escombros húmedos, Buda ya se había esfumado. (Págs.45-46)
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