Después del instituto, volvió al Norte y empezó a estudiar en la Universidad de Nueva York, pero como andaba corto de dinero, se vio obligado a trabajar aquí y allá a tiempo parcial para salir a flote. Una vez, rememorando lo difíciles que fueron aquellos tiempos, me contó que solía ir a Ratner's, la antigua cafetería judía del Lower East Side, donde tras sentarse a una mesa decía al camarero que esperaría a su novia, que no tardaría en llegar. Uno de los principales atractivos de aquel local eran sus famosos panecillos. En cuanto uno tomaba asiento, aparecía un camarero y ponía sobre la mesa una cesta de panecillos, acompañada de una amplia provisión de mantequilla. Uno a uno, bien untados de mantequilla, Gil se comía hasta el último panecillo de la cesta, echando miradas al reloj de cuando en cuando, haciendo somo si estuviera preocupado por la tardanza de su inexistente novia. Cuando la cesta se quedaba vacía, era automáticamente sustituida por otra llena, y luego la segunda por una tercera. Finalmente, la novia no aparecía, y Gil se marchaba de la cafetería con una expresión desengañada en las facciones. Al cabo de un tiempo, los camareros le pillaron el truco, pero no antes de que Gil alcanzara una marca personal de veintisiete panecillos gratis consumidos de una sola sentada. (pág. 100)
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