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...Vientos diurnos y vientos nocturnos, vientos matutinos y vientos vespertinos, los que traían la nieve y los que traían el calor, los que llegaban con la primavera y los que llegaban con el otoño, los suaves y juguetones y los peligrosos y devastadores, miles y miles de millones repartidos en las doce provincias de la escala de Beaufort, y hasta podría haberse puesto uno a enumerarlos y sistematizarlos, pues había vientos dominantes y había ráfagas que se levantaban de repente, había vientos turbulentos y vientos moderados, había geostróficos y ciclónicos y anticiclónicos, y así transcurrieron en estos últimos mil años, yendo y viniendo por las doce provincias Beaufort, siguiéndose y persiguiéndose los unos a los otros, pues venían los alisios y los contralisios, venían los próximos al suelo y los de las alturas, venían las corrientes en chorro allá a distancias inalcanzables, mientras abajo soplaban los vientos marinos temidos o esperados, y vientos había también en tierra firme y en las cavernas, en los cauces de los ríos y en los jardines otoñales, por doquier en las más diversas variedades y direcciones y magnitudes, pero lo cierto es que, aun siendo innumerables e inclasificables, lo único que ocurría es que siempre estaban, incluso en los momentos de calma, y no estaban, pues cuando venían no venía nada y cuando se iban no quedaba nada, ni siquiera en plena calma chicha: invisibles a su llegada e invisibles a su marcha, nunca podían escapar a la definitiva invisibilidad, existían y no existían, se podía saber que estaban y dónde estaban, se veía cómo hacían temblar las hojas de los árboles, se veía cómo remolineaban un montón de hojas en una tormenta, se la percibía en el polvo que se levantaba y se arremolinaba, en la ventana que se cerraba de golpe,en la basura que empezaba a volar en la calle, se los oía susurrar y aullar y llorar y silbar y bramar y rugir y callar y convertirse en brisa, los notaba hasta la cara que sentía sus caricias y las plumas del jilguero que tiritaba en una rama, en una palabra, se veían en este mundo y se oían y se percibía su palabra, se veían en este mundo y se oían y se percibía su existencia y, sin embargo, no existían, pues todo apuntaba a ellos, los movimientos y los sonidos y los olores, pero no se podía mostrar que estaban, que eso de allí eran ellos, ya que su existencia siempre transcurría en el ámbito espectral de la mediación más profunda, ya que eran evidentes pero inalcanzables, ya que eran presentes pero inasibles, ya que, excluidos de la existencia, eran la existencia misma o, dicho de otro modo, coincidían con la existencia hasta el punto de identificarse con ella, y la existencia no se ve jamás, de modo y manera que estaban cuando no estaban y sólo dejaban el deseo de que volvieran o el temor de que llegaran, así como el recuerdo de que habían pasado, pero lo más doloroso - el nieto del príncipe Genji alzó entonces la vista al cielo-, lo más doloroso era que el que una vez había estado nunca más regresaría....
László krasznahorkai
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