viernes, 20 de junio de 2014

Página de luz y sombra - Talo



...existen páginas de luz, y páginas de sombra; capítulos de caricias y otros de soledad. Hay inicios de llamas devoradoras y otros de fuego lento pero vivo. Existen párrafos de brisa en la cara... y otros en los que parece que te falta el aliento. Pero es un libro escrito con pasión, amor, siguiendo mi intuición... a veces a costa de la razón. Y como cuando el sol se mete por el horizonte pienso... sea como sea, es bello....

The Race - Alyssa Monks

(2007)The Race, Óleo sobre lienzo. Hiperrealismo  

miércoles, 18 de junio de 2014

Kings of Convenience & Royksopp - I Don't Know What I Can Save you from


Trabajos del reino - Yuri Herrera


     Él sabía de sangre, y vio que la suya era distinta. Se notaba en el modo en que el hombre llenaba el espacio, sin emergencia y con un aire de saberlo todo, como si estuviera hecho de hilos más finos. Otra sangre. El hombre tomó asiento a una mesa y sus acompañantes trazaron un semicírculo a sus flancos.
   Lo admiró a la luz del límite del día que se filtraba por una tronera en la pared. Nunca había tenido a esta gente cerca, pero Lobo estaba seguro de haber mirado antes la escena. En algún lugar estaba definido el respeto que el hombre y los suyos le inspiraban, la súbita sensación de importancia por encontrarse tan cerca de él. Conocía la manera de sentarse, la mirada alta, el brillo. Observó las joyas que le ceñían y entonces supo: era un Rey.
   La única vez que Lobo fue al cine vio una película donde aparecía otro hombre así: fuerte, suntuoso, con poder sobre las cosas del mundo. Era un rey, y a su alrededor todo cobraba sentido. Los hombres luchaban por él, las mujeres parían para él; él protegía y regalaba, y cada cual, en el reino, tenía por su gracia un lugar preciso. Pero los que acompañaban a este Rey no eran simples vasallos. Eran la Corte.
 Lobo sintió envidia de la mala, y después de la buena, porque de pronto comprendió que este día era el más importante que le había tocado vivir. Jamás antes había estado próximo a uno de los que hacían cuadrar la vida. Ni siquiera había tenido la esperanza. Desde que sus padres lo habían traído de quién sabe dónde para luego abandonarlo a su suerte, la existencia era una cuenta de días de polvo y sol.
   Una voz atascada de flemas lo distrajo de mirar al Rey: un briago le ordenaba cantar. Lobo acató, primero sin concentrarse, porque todavía temblaba de la emoción, mas luego, con esa misma, entonó como no sabía que podía hacerlo y sacó del cuerpo las palabras como si las pronunciara por primera vez, como si le ganara el júbilo por haberlas hallado. Sentía a sus espaldas la atención del Rey y percibió que la cantina se silenciaba, la gente ponía los dominós bocabajo en las mesas de lámina para escucharlo. Cantó y el briago exigió Otra, y luego Otra y Otra y Otra, y mientras Lobo cantaba cada vez más inspirado, el briago se ponía más briago. A ratos coreaba las melodías, a ratos lanzaba escupitajos al aserrín o se carcajeaba con el otro borracho que lo acompañaba. Finalmente dijo Ya, y Lobo extendió la mano. El briago pagó y Lobo vio que faltaba. Volvió a extender la mano.
—No hay más, cantorcito, lo que queda es pá echarme otro pisto. Date de santos que te tocó eso.
   Lobo estaba acostumbrado. Estas cosas pasaban. Ya se iba a dar la vuelta en seña de Ni modo, cuando escuchó a sus espaldas.
—Páguele al artista.
   Lobo se volvió y descubrió que el Rey atenazaba con los ojos al briago. Lo dijo tranquilo. Era una orden sencilla, pero aquel no sabía parar.
— Cuál artista —dijo—, aquí nomás está este infeliz, y ya le pagué.
—No se pase de listo, amigo — endureció la voz el Rey—, páguele y cállese.
   El briago se levantó y tambaleó hasta la mesa del Rey. Los suyos se pusieron alerta, pero el Rey se mantuvo impasible. El briago hizo un esfuerzo por enfocarlo y luego dijo:
—A usted lo conozco. He oído lo que dicen.
— ¿Ah sí? ¿Y qué dicen?
   El briago se rió. Se rascó una mejilla con torpeza.
—No, si no hablo de sus negocios, eso todo mundo lo sabe... Hablo de lo otro.
   Y se volvió a reír.
   Al Rey se le oscureció la cara. Echó la cabeza un poco para atrás, se levantó. Hizo una seña a su guardia para que no lo siguiera. Se aproximó al briago y lo agarró del mentón. Aquel quiso revolverse sin éxito. El Rey le acercó su boca a una oreja y dijo:
—Pues no, no creo que hayas oído nada. ¿Y sabes por qué? Porque los difuntos tienen muy mal oído.
   Le acercó la pistola como si le palpara las tripas y disparó. Fue un estallido simple, sin importancia. El briago peló los ojos, se quiso detener de una mesa, resbaló y cayó. Un charco de sangre asomó bajo su cuerpo. El Rey se volvió hacia el borracho que lo acompañaba:
—Y usté, ¿también quiere platicarme?
   El borracho prendió su sombrero y huyó, haciendo con las manos gesto de No vi nada. El Rey se agachó sobre el cadáver, hurgó en un bolsillo y sacó un fajo de billetes. Separó algunos, se los dio a Lobo y regresó el resto.
— Cóbrese, artista —dijo.
   Lobo cogió los billetes sin mirarlos. Observaba fijamente al Rey, se lo bebía. Y siguió mirándolo mientras el Rey hacía una seña a su guardia y abandonaba sin prisas la cantina. Lobo aún se quedó fijo en el vaivén de las puertas. Pensó que desde ahora los calendarios carecían de sentido por una nueva razón: ninguna otra fecha significaba nada, sólo esta, porque, por fin, había topado con su lugar en el mundo; y porque había escuchado mentar un secreto que, carajo, qué ganas tenía de guardar.

viernes, 13 de junio de 2014

Imagine Dragons - Demons


Delantal entre flores

3spum4

Veía; miraba y veía - Manuel M.S.

   Veía; miraba y veía lo que le desagradaba y lo que no, y, en contra de su voluntad, más lo desagradable, pues lo que no lo era no llamaba su atención por ser normal y no agitar su espíritu. Y a medida que avanzaba en el tiempo, menos miraba pero oía; oía y escuchaba y de lo que escuchaba, lo que no le gustaba superaba en mucho a lo que podía complacer a su espíritu. Siempre había escuchado decir, siempre había leído que el paso de los años hace al hombre más comprensivo, más tolerante y por tanto más sabio, pues esas cualidades son hijas de la sabiduría, y deseaba que eso ocurriese, pues siempre había escuchado, siempre había leído y así lo había creído, que la sabiduría conducía a la paz, lo que en su concepción de la vida equivalía a la felicidad.

  Pero los años pasaban y él, que se sentía más comprensivo, más tolerante y por lo tanto más sabio, aunque consideraba ese concepto equívoco, veía con frecuencia que la comprensión y la tolerancia no formaban parte de su cotidianidad; y no es porque no lo intentara "Todos hemos sido jóvenes, todos hemos tenido hijos, todos hemos hecho barrabasadas..." Y recordaba. y hurgaba allá, en esa cueva profunda del pasado en un intento de ser hoy el joven de ayer, el padre que como hoy, vivía para sus hijos;y le podía la consciencia del cambio de la sociedad y pensaba "Las penas pasadas ya no son penas, los dolores tampoco; solo queda la pena de las ausencias y aún estas ,las merma el tiempo".

  Evocaba los tiempos en los que divertirse era lo prioritario: lo exigía la juventud y lo pedía la dureza de la vida. Salir con la ilusión de encontrarse con la niña que no se le iba del pensamiento, cruzarse con ella, esperar una mirada...un segundo nada más, pero llenarse el alma de la alegría de saber que ella sabía que la había mirado, porque una mirada entonces tenía el valor de una promesa "Te prometo que serás mía, que te quiero para mí y no pararé hasta conseguirlo", y una sonrisa... cuando la mirada se acompañaba de una sonrisa, ellas dos llenaban de ilusión todos los días que transcurrían hasta un nuevo encuentro. El primer encuentro, escuchar su voz por primera vez, el primer contacto de las carnes...Todo tenía la dimensión de lo prístino.

 Y evocaba más, y pensaba con tristeza los conocimientos con los que llegan a la adolescencia las criaturas hoy, robándole ese cúmulo de emociones que hacían de las diferentes etapas de la vida una diversidad de experiencias con una consciente intensidad, que hoy no se experimentan. Pero lo que más desazón le producía era la inseguridad, la falta de certeza de tener razón en todas estas apreciaciones. ¿Era la juventud menos educada que antes a pesar de la aparente mejor formación, se había relajado la moralidad en exceso, había más violencia en la sociedad actual, había más libertad o sencillamente lo que existía era un trueque del quito de aquí y pongo allá? Y recordaba cuando la puerta de su casa estaba abierta todo el día y sus padres no se preocupaban de donde estaba su hermano...de su hermana sí. Otros tiempos.

  Se consolaba sabiendo que eso había ocurrido siempre. Galdós, pone en boca de algunos de sus personajes, ya mayores, críticas hacía los jóvenes y, existen textos del mundo antiguo donde ocurre igual. Y también le servía de consuelo la generalizada opinión, coincidente con la suya, de la casi totalidad de sus coetáneos. Pero había algo distinto, algo que hablaba de un cambio sustancial; ya no solo era un cambio de atrezo y decorado. Siempre se había admirado a los mayores, eran el modelo; se deseaba poder tener edad para vestir como ellos, tener la libertad de ellos, la responsabilidad de ellos, poseer el conocimiento de ellos. Eso, y es evidente, ha cambiado. Hoy el valor está en la juventud, son los valores de la juventud los que priman, y esos valores ¿Tienen una sustentación sólida, la suficiente entidad como para soportar una sociedad? La desazón estaba instalada y de ninguna manera quería marcharse. Habría que convivir con ella...sabiamente.

sábado, 7 de junio de 2014

Roberto Ferri (1978) - L'ombra della luna

(2012) Olio su tela

Pocas veces había visto cuadros tan inquietantes. El que he elegido, es de los más 'discretos'. Si tenéis curiosidad por acercaros a su obra os aconsejo que visitéis su web personal. http://www.robertoferri.net
Os aseguro que ver su pintura 'os sacudirá'.  


lunes, 2 de junio de 2014

Juan Ramón Jiménez - Estoy triste, y mis ojos no lloran

Estoy triste, y mis ojos no lloran
y no quiero los besos de nadie;
mi mirada serena se pierde
en el fondo callado del parque.

¿Para qué he de soñar en amores
si está oscura y lluviosa la tarde
y no vienen suspiros ni aromas
en las rondas tranquilas del aire?

Han sonado las horas dormidas;
está solo el inmenso paisaje;
ya se han ido los lentos rebaños;
flota el humo en los pobres hogares.

Al cerrar mi ventana a la sombra,
una estrena brilló en los cristales;
estoy triste, mis ojos no lloran,
¡ya no quiero los besos de nadie!

Soñaré con mi infancia: es la hora
de los niños dormidos; mi madre
me mecía en su tibio regazo,
al amor de sus ojos radiantes;

y al vibrar la amorosa campana
de la ermita perdida en el valle,
se entreabrían mis ojos rendidos
al misterio sin luz de la tarde...

Es la esquila; ha sonado. La esquila
ha sonado en la paz de los aires;
sus cadencias dan llanto a estos ojos
que no quieren los besos de nadie.

¡Que mis lágrimas corran! Ya hay flores,
ya hay fragancias y cantos; si alguien
ha soñado en mis besos, que venga
de su plácido ensueño a besarme.

Y mis lágrimas corren... No vienen...
¿Quién irá por el triste paisaje?
Sólo suena en el largo silencio
la campana que tocan los ángeles.

domingo, 1 de junio de 2014

Consummatum est - César Pérez Gellida

    —Todavía no te he hablado de Paco el Rata, ¿verdad? —preguntó Sancho tras pedir otra ronda.
   El islandés le miró con incertidumbre y se aclaró la garganta, pero no dijo nada.
   —Paco el Rata fue el primer compañero que tuve durante mi etapa de formación. Servicio de noche recorriéndonos uno de los barrios más conflictivos de la ciudad —concretó—. Yo conducía y él fumaba. El muy cabrón apagaba las colillas en la alfombrilla del Seat Málaga antes de arrojarlas por la ventanilla y encender el siguiente cigarrillo. Me torturaba con canciones grabadas en una casete más desgastada que la esclava que llevaba en la muñeca derecha con su nombre grabado. «Te voy a poner un temazo», me advertía. «Micky Chapán, Micky Chapán». Más tarde, descubrí que se refería a Big in Japan, el tema de Alphaville. ¿Lo recuerdas?
   —No.
   —Es igual. El tipo se retorcía en el coche bailando —explicó entre risas—. Él repetía una y otra vez que era como una catarsis. Paco el Rata, ¡menudo cabronazo! Una catarsis. Cuando terminé aquel año, me marché a San Sebastián con la duda de saber si conocía, o no, el significado de aquella palabra: catarsis. A los pocos meses, abandonó a su mujer y no tardó mucho en dejarse arrastrar por una vida cargada de excesos. Murió solo.
   La pronunciación en inglés de Sancho se había deteriorado de forma considerable, y cada minuto que pasaba le costaba más seguir hablando. Ólafur Olafsson, sin embargo, había mantenido la atención durante todo el discurso, pero se preguntaba adónde quería llegar ese pelirrojo con escasa tolerancia al alcohol.
   —Voy a decirte algo, comisario Olafsson —manifestó alargando demasiado la efe—. Creo que, en estos momentos, tengo todas las papeletas para terminar mi vida siendo un tipo solitario y amargado como Paco el Rata, y no me sale de los cojones terminar así. No merecemos terminar así. ¿Entiendes? Creo que, incluso, empiezo a tener problemas con la vista. Déjame tus gafas, comisario, que me las pruebo a ver cómo me quedan —solicitó metiendo la mano en el bolsillo interior de la chaqueta del islandés—. ¡Maldita sea, Ólafur, esta montura de concha de tortuga se dejó de llevar en los sesenta! ¿Pensabas follarte a la agente Kovák con ellas puestas?
   Al comisario se le perfiló una breve sonrisa, pero inmediatamente inclinó la cabeza y mudó la expresión.
   —De un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que echo de menos ciertas cosas que hacía con Sinéad —indicó como si estuviera confesando una fechoría—. ¿Sabes lo que mejor recuerdo?
   —Puedo hacerme una idea...
   —No. Bueno..., también, pero no. Ella odiaba secarse el pelo, así que yo me encargaba de hacerlo. Era una práctica habitual de los domingos por la tarde. En ocasiones, puedo sentir el tacto de su pelo húmedo entre mis dedos y volver a oler el aroma afrutado que desprendía.
   El comisario mojó sus pensamientos en el bourbon y carraspeó.
   —Estás bien jodido, compañero —sentenció el español—. Que te ponga cachondo secar el pelo a tu parienta es un claro síntoma de estar enfermo. Muy muy enfermo.
   Durante unos minutos, no hubo diálogo y ambos se dejaron llevar por recuerdos de amargo sabor.
Big in Japan - Alphaville